Salamanca cuenta desde hace pocos días con el primer crematorio de animales de toda la provincia, una emotiva y elegante forma de darle el último adiós a la mascota que nos ha alegrado la vida
Paradójicamente, su amor por los animales tiene ‘la culpa’ de que a José se le ocurriera este peculiar negocio. Acababa de morir Lucas. El perro dejó un enorme vacío en una familia que deseaba darle una despedida decorosa… pero en Salamanca eso era imposible. Como muchos salmantinos, José Gómez Mesonero se topó con que para poder incinerar a su perro estaba obligado a cargarlo en su coche y recorrer un montón de kilómetros hasta otras provincias -con el consiguiente encarecimiento de costes-. Fue entonces cuando él, mecánico de profesión, empezó a darle vueltas a la idea. “La época no es la más propicia para afrontar una inversión fuerte pero el valor añadido de ser el primero bien merece el riesgo”, pensó. Y se arriesgó. Tres años de gestiones y 12 meses de burocracia después, logró su objetivo. Quería ofrecer un servicio “que aquí en Salamanca es muy demandado”.
Desde hace tres semanas Incisal ya es una realidad. Situadas en el polígono de los Villares, las instalaciones cuentan con una llamativa sala de espera -austera por fuera pero tremendamente acogedora en su interior- que se asemeja a la de cualquier tanatorio aunque con dos diferencias. Las paredes están decoradas con cuadros con motivos de animales y cuenta con una pequeña tienda en la que el propietario puede adquirir una urna acorde al tamaño de su mascota para quedarse después con sus cenizas. Cómodamente sentados, leyendo una revista o viendo la tele, los dueños tienen la posibilidad de esperar a que termine todo el proceso cuya duración depende del tamaño de la mascota. Las más pequeñas están listas en 45 minutos.
Sencillez
El proceso es sencillo. En ocasiones José recibe los restos en la sede de Incisal; otras veces realiza una recogida, bien a domicilio o bien en la clínica veterinaria en la que haya fallecido el animal de compañía. Una vez en las instalaciones, cubre el cadáver con un sudario y lo introduce en el horno, una compleja “y no precisamente barata” maquinaria en forma de chimenea que está reforzada por una gruesa capa de hormigón. De esa forma resistirá las temperaturas de hasta 900 grados que deben alcanzarse para desintegrar el cuerpo. Para lo que sucede a continuación, una vez que se activa el mecanismo, sobran las explicaciones.
En la sala de espera, presidida por un retrato de Lucas y un emotivo recordatorio, también hay una pequeña ventana. Subir o no el estore que la tapa depende del ánimo de quien acaba de dejar a su animal en manos de José. Si decide alzarla podrá presenciar los preparativos previos a la cremación del animal y esperar, incluso, sin despegar la mirada del enorme tubo blanco que en ese momento impone más que nunca y en cuyo interior se le está dando un digno final a animales que, por lo general, han compartido muchísimas vivencias con sus propietarios durante un buen puñado de años.
Contra lo que se pueda pensar, no solo perros o gatos terminan convertidos en ceniza para el recuerdo perpetuo de sus dueños. Son muchas las personas que se niegan a dejar en manos ajenas o a enterrar a la intemperie a otro tipo de mascotas de ‘pequeño formato’. Así, hay quien también elige este método para pájaros, conejos, cobayas o reptiles, entre otros. Los precios oscilan en función del peso, el único baremo que distingue una cremación de otra. Así, de los 200 euros de las más económicas, se puede llegar hasta los 350 en el caso de los animales más grandes y las incineraciones individuales. Los costes son menores si esa incineración es colectiva. Sucede cuando el apego al animal es menor y el veterinario que acaba de certificar la defunción de la mascota se lo sugiere a varios propietarios cuyas mascotas acaban de fallecer. Si se ponen de acuerdo pueden sufragar el gasto entre todos con el inconveniente, eso sí, de que pierden ese plus identificativo que Incisal ofrece al termino de cada cremación.
Muerte y vida
Si viviéramos en Oriente, posiblemente nadie daría mayor importancia a la otra faceta del negocio de José pero los tabús relacionados con la muerte siguen activando en nosotros, Occidentales de manual, una fascinación tal que nos cuesta asimilar ese equilibrio perpetuo integrado en todos los órdenes de la vida, aunque solo nos acordemos cuando vemos ‘el ying y el yang’, ese emblema del taoísmo. En la entrada a la nave de José y justo en el lado opuesto del letrero de Incisal encontramos otro cartel. En él se puede ver en primer plano un perro sonriente con birrete de recién licenciado y el diploma entre los dientes. Cabeza erguida, rabo levantado. Lleno de vida y bien educado. A sus pies se puede leer: ‘Ragocan, adiestramiento canino’.
Así es. En el mismo espacio en el que terminan dando su paseo final muchos animales, otros aprenden a comportarse. La hija de José, Raquel, llevó un paso más allá su amor por los animales y hace cinco años decidió formarse como adiestradora Junto a su padre, ofrece a los propietarios desde las nociones más básicas hasta tratamientos más avanzados contra alteraciones como fobias, ansiedad, agresividad, etc. Cuando el animal presenta una alteración, lo normal es acudir a su entorno para tratar de ponerle freno, de ahí que la mayoría de las terapias se hagan a domicilio. Igual que el televisivo ‘Encantador de Perros’, Cesar Millán, Raquel acude al rescate de una familia cautiva de las manías de su mascota. No para hasta solucionarlo. Su padre y ella ya saben que no hay dos animales iguales.
Mientras su particular negocio sigue haciendo camino y continúa corriéndose la voz entre las clínicas veterinarias para hacer saber que en Salamanca existe por fin este servicio, José seguirá madrugando para abrir el taller que regenta desde hace 22 años y robarle horas al reloj con la ilusión de recuperar pronto la inversión e intentar solucionarse poco a poco la vida a base de enfrentarse a diario con la muerte.
Comentarios recientes